Desde mi celda doméstica
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jueves, 30 de abril de 2015

CONDUCTA Y PALABRA

Conducta y palabra


Dice la antropología social que los grupos humanos aparecen siempre internamente jerarquizados y que las relaciones externas de los distintos grupos son relaciones de desigualdad. Esto, en los animales, se debe normalmente a prevalencias físicas de unos individuos sobre otros. ¿Cómo se jerarquizan, entonces, los colectivos humanos? Pues por las desiguales posibilidades de acceso a los recursos, la organización y los modos de producción, engendrando, así, las diferencias de poder que de ello se derivan. Pero, ¿cómo se impone la autoridad y se regula la conducta humana?
Se ha observado que la primera conducta humana es la ritual. Los ritos son actos realizados según una forma adoptada por la colectividad o por una autoridad. Las manifestaciones rituales son siempre convencionales. Los ritos simbólicos de la conducta humana van transmitiendo valores e ideas que diversifican el comportamiento de grupos y pueblos entre sí, lo cual es base de sus diferentes culturas o tradiciones. Ahora bien, no es lo mismo, conducta ritual que magia. La magia es una actuación simbólica que busca el disponer del poder divino. Pues bien, la actuación y el pensamiento mágicos señalan la etapa de racionalización de la conducta humana. Magia y tabúes juegan en la conducta humana un importante papel:  el de primera respuesta a una llamada o atracción vinculante con lo “indeterminado”.
Ahora entra en juego la libertad. ¿Qué lugar darle? Muchos a lo largo de la historia no la han reconocido y, aun hoy día, hay quienes siguen negándola o poniéndola en cuestión. ¿Existe el comportamiento libre? ¿Tiene el hombre auténtica libertad? Para los sociólogos optimistas, el hombre es libre absolutamente hablando. El hombre puede hacerse consciente de todo cuanto le rodea y le condiciona; sólo que esto tiene un reverso negativo: el miedo a la libertad, o la incapacidad de muchos  para ser ellos mismos, para vivir su auténtica identidad. Incluso los psicólogos dicen que la humanidad va saliendo progresivamente de un estado indiferenciado con el mundo para llegar a una madurez o autonomía que es la conciencia de sí. 
Y entramos, así, en la clave del asunto: la relación del hombre con su medio, que es el mundo. Esta relación tiene una estructura lingüística, es decir, por medio del lenguaje. Por el lenguaje interpreta el hombre la realidad de lo que pasa, de lo que existe. Aprender a hablar es captar la realidad del mundo. Conocer es saber hablar, y experimentar es saber decir. Pues en el lenguaje quedan recogidos la experiencia y el pensamiento de los antepasados, de suerte que nadie tiene que comenzar de nuevo, ya que todos encontramos transmitida en el lenguaje la herencia de la historia. Es por ello que podemos definir al hombre como “animal que habla”. Esa definición abarca todas las facultades humanas, y nada sería posible sin una conducta comprensiva y significativa. Todo acto humano, para ser tal, precisa de la palabra. Por lo mismo, la palabra es algo más que un medio de comunicación. 
Si la palabra es un término que encierra un contenido, ella desempeña una función lógica, o sea, informa de lo que se sabe. Por otra parte, la palabra humana es, también, una llamada, una apelación a un tú para provocar en él una respuesta. La palabra tiene, por tanto, un poder de convocatoria. Pero es que, además, la palabra del hombre puede ser expresión o manifestación de la propia intimidad. En cualquier caso, la palabra es siempre interpersonal: hablamos del mundo, pero lo hacemos a otro ser humano.
Esto nos lleva a adentrarnos con cierta valentía en la propia existencia humana, pero dejaremos para otra ocasión un tema tan trascendental.

Alfonso Gil González

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