Desde mi celda doméstica
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jueves, 30 de abril de 2015

LA IGLESIA DEL SIGLO V AL XII

La Iglesia en que creo
(III)


Durante el siglo V, el Imperio Romano estaba en franca decadencia. Los cristianos vimos cómo se resquebrajaba la unidad política y religiosa conseguida en el siglo anterior. El fracaso del Imperio hizo que todas las miradas se volvieran hacia la Iglesia en que creo, y la figura del Papa cobró relieve como signo y garantía de unidad. Una delicada situación, ante la que la Iglesia se propuso la doble tarea de evangelizar a los nuevos pueblos e intentar restaurar la unidad política. Precisamente, porque los cristianos no vivimos fuera de la polis=ciudad. Si ese esfuerzo evangelizador se dirigía a la cabeza de la tribu, ciertamente las “conversiones” eran masivas, pero la praxis le indicó a la Iglesia cuán lenta resultaba la verdadera evangelización. Y hubo que echar mano de los monasterios.
Al tiempo que se llevaba a cabo esa evangelización europea, la invasión musulmana produjo un fuerte retroceso. El cristianismo pagó muy caro su identificación con lo grecorromano. No obstante, en España las relaciones con el Islam tenían un cariz muy peculiar. Esa invasión musulmana coexistió con fuertes núcleos de población cristiana, llamada mozárabe. 
Pero en Oriente se iba a producir una ruptura eclesial, el llamado “cisma de oriente” (1054). El papa de Roma y el patriarca de Constantinopla se excomulgaron mutuamente. Ya que no me es posible detenerme demasiado en cómo se llegó a tan vergonzosa situación –la Iglesia en la que creo es santa y pecadora a un tiempo-, señalaré como causas concomitantes: la diferencia de lengua y de cultura, la disputa sobre la preeminencia en la Iglesia, la importancia que fue adquiriendo el papado en Occidente, la diferente manera de entender las relaciones entre la Iglesia y el Poder civil y las luchas iconoclastas de los siglos VIII y IX. Lo cierto y verdad es que Miguel Cerulario mandó cerrar los monasterios latinos que había en Oriente, no aceptando la delegación papal para resolver el conflicto creado. Afortunadamente, y tras 910 años, se produjo el encuentro del papa Pablo VI con Atenágoras, patriarca de Jerusalén, y las excomuniones fueron levantadas.
En aquel entonces, lo que ahora es Europa estaba sometido a un régimen feudal. El papado caía en manos de familias nobles de Roma. Del triunfo de unas u otras dependía la sucesión papal. Por otro lado, los reyes se apoyaban en los obispos; éstos eran nombrados e investidos por el poder temporal y se convertían, así, en señores feudales. El siglo X, el “siglo de hierro” fue la época negra para la Iglesia. Hasta que el pueblo romano aclamara como Papa a un monje. Era Gregorio VII. Se propuso sacar a la Iglesia de su dependencia del poder civil y llevarla a una profunda reforma interna.
Recordemos que la Iglesia es todo el pueblo cristiano que trata de vivir su fe según las exigencias del Evangelio. Por eso, también en la Edad Media surgieron grandes santos y abundantes instituciones que, en contacto con el pueblo, mantuvieron vivo el ideal cristiano. Ya en el 529, san Benito había fundado el primer monasterio en Montecasino. Sus monjes, los benedictinos, fueron los que, en los agitados tiempos del medioevo conservaron las artes y las ciencias. Surgieron, después, las Ordenes mendicantes. Llamadas así porque, como no poseían nada propio, ni individual ni colectivamente, se veían obligados sus frailes a vivir de la caridad de los fieles que eran por ellos evangelizados. Destaquemos dos figuras estelares: san Francisco de Asís, fundador de los franciscanos (1209), y santo Domingo de Guzmán, fundador de los dominicos (1215).
Capítulo aparte merece el esfuerzo de la misma Iglesia por frenar la violencia y el ímpetu guerrero de la época. Y la creación de hospitales y universidades, hasta el punto de que la caridad y la enseñanza, desde entonces, son casi monopolio de la Iglesia. Y el resurgir de aquellos movimientos penitenciales y de cofradías, que sustentaban el entramado social.
Y, sin embargo, aquellos siglos XI y XII de la reforma gregoriana lo son también de herejías, de cruzadas y de Inquisición. Y es que no parecían ser suficientes las predicaciones de los santos monjes y frailes. Y se cayó en la tentación de reprimir al enemigo interno con la Inquisición y al enemigo externo con las Cruzadas. 
(continuará)

Alfonso Gil González

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