Desde mi celda doméstica
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jueves, 30 de abril de 2015

LA QUINTA DE SHOSTAKOVICH

CONCIERTOS ALFONSINOS

La Quinta de Shostakovich



Hace unos diez años me colé, como quien dice, virtualmente, en la Sala de Conciertos de Colonia. Era impresionante el lugar, y aún más el inmenso gentío que abarrotaba todos los espacios de aquel bello, moderno y funcional Auditorio. Se iba a interpretar la Sinfonía n. 5, en do menor, op. 47, que Dimitri Shostakovich escribiera en 1937, cuando los españoles se daban mandobles por todas partes, y nadie podía pensar que había un ruso, nacido en San Petersburgo un 25 de septiembre de 1906, que, unas veces criticado, y las más ensalzado, iba a hacer compatible su genialidad con un estado soviético que no siempre le apoyó, pero que siempre reconoció su indiscutible valía.
La intérprete de esta famosa obra era la Orquesta Sinfónica de Colonia al mando de Semyon Bychkov, otro ruso que, en esta ocasión, tuvo que emigrar de la Unión Soviética, refugiándose en Austria con 100 dólares en el bolsillo. Hombre corpulento, así me pareció a mí, pues le veía de lejos, con abundante pelo negro y un tanto rizado. Ya había sido director en su país natal, y de los buenos, pero no tuvo la suerte de Shostakovich. Dirigió a la Sinfónica de Colonia durante 12 temporadas seguidas, cosechando con ella los mayores éxitos por sus interpretaciones, como la de en esta ocasión, con la Quinta de su compatriota. Y, sin embargo, no está en ese escalafón de los famosísimos, a pesar de haberse nacionalizado como norteamericano.
Shostakovich, que había llegado a componer 15 sinfonías, se valió de ésta para tapar las bocas de los más duros críticos del Soviet Supremo, al que él también pertenecía. Su música, en general, tiene la influencia de Mahler, Mussorgsky y Stravinsky, considerándosele, como bien prueba esta Sinfonía, un romántico tardío. La Sinfonía, dividida en cuatro movimientos –moderato, allegretto, largo assai y allegro non troppo- tiene un no sé qué sobrecogedor, con una exquisita y humilde presencia del piano, del xilofón y del arpa, y una exaltación de metales y percusión, a todos los cuales nubla un tanto el lucimiento sentimental de las cuerdas en el tercero de los aires sinfónicos.

Alfonso Gil González




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