Desde mi celda doméstica
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miércoles, 29 de abril de 2015

Una necesaria y deseada visita

 UNA NECESARIA Y DESEADA VISITA


El primer fin de semana de este mes de noviembre, España recibió la visita de Su Santidad el Papa Benedicto XVI. Era una visita pastoral, es decir, como propia del Pastor que viene a compartir con la Iglesia española un doble acontecimiento: el jubileo jacobeo y la dedicación del templo de la Sagrada Familia como basílica menor. No era la visita oficial de un Jefe de Estado, porque es evidente que no fue invitado por el nuestro, ni su presencia parece fuera deseada por el gobierno socialista. Sí que es verdad que Papado de la Iglesia y Jefatura del Estado Vaticano se unen en una sola persona, pero, como digo, vino como Pastor y no, digamos, como Príncipe. Si los Príncipes le recibieron en Santiago y los Reyes en Barcelona, ello prueba, amén de corteses y bien educados, que se sentían orgullosos de pertenecer a la misma Iglesia de Benedicto XVI, al tiempo de representar a la España católica de a pie, que no podía, evidentemente, hacerse presente sino a través de la Radio y de la Televisión. Los reyes de España son conscientes de que, todavía, la inmensa mayoría del pueblo español está bautizada en la Iglesia Católica, incluido el presidente Zapatero, y de que ésta se siente Madre y Maestra de todos ellos, incluso de los que se jactan de apostatar o renegar de su fe.
Dicho esto, y perdóneme el lector(a) tan largo párrafo, el Papa es consciente de que España, desde que nos desgobierna el Gobierno, se ve abocada a un proceso de laicismo institucional y legal sólo comparable con aquel otro de la II República que, desgraciadamente, advino en guerra incivil. Era, por tanto, necesario que los católicos españoles notaran la cercanía, el apoyo y el estímulo de quien en la Iglesia es el sucesor de Pedro y, por tanto, el vicario de Cristo. Ni más ni menos. Cosa muy natural, si tenemos en cuenta los desvelos que le llevan a los buenos padres de familia el proteger a sus hijos de las malas compañías o de las perniciosas influencias de un ambiente poco recomendable. Quien negara esto, además de ignorante, sería estúpido.
Dijo el Papa que venía como peregrino a Compostela, porque él también quería hacer ese camino que, siglo tras siglo, han hecho y hacen los cristianos europeos –también la mayoría-, como medio de renovar la fe cabe el sepulcro del Apóstol que, curiosamente, se transformó en cuna de la propia Europa. Máxime, cuando él percibe, como casi todo el mundo, que algunos están empeñados en que el viejo Continente olvide sus raíces cristianas. Olvido loco y propiciado por insensatos, en su sentido gramatical, que olvidan que la Iglesia está implantada antes que ninguna otra institución humana, aparte la familiar, y que no hay excavación arqueológica en la que no aparezcan señales que prueban nuestra cultura cristiana desde hace veinte siglos. De manera que, cuando alguien escribe por ahí que la Iglesia es una “entidad privada”, dan ganas de echarse a llorar, al comprobar que quien tal escribe también es su hijo. Los hijos no dejan de serlo aunque se vayan de la casa paterna.
Seguidamente, el Papa se trasladó a Barcelona. Algunos grupos de sospechoso cariz intentaron boicotear su llegada. Los tales ya habían caído, previamente, en las redes gubernamentales, aceptando la designación de “cónyuge A y cónyuge B”, en lugar de esposo o esposa, o de “progenitor A y progenitor B”, suplantando al de padre o madre. Es decir, ya habían aceptado ese peligrosísimo paso de la ley para hacer desaparecer la familia. Aberrante intromisión estatal en una institución muy anterior al Estado mismo. Pero el Papa no venía a polemizar, sino a elevar a basílica una obra cumbre del genio y religiosidad de Antonio Gaudí; la Sagrada Familia de Barcelona. Un templo levantado a expensas de los católicos catalanes, que va a redundar en beneficio material y espiritual de todos, también de los no católicos.
Y esto me lleva a un tercer aspecto que hay que aclarar de una vez por todas. ¿Se han parado a pensar qué pasaría si la Iglesia dejara de atender las necesidades sociales y culturales de nuestro pueblo? No tendríamos crisis, no; tendríamos la más absoluta desolación y ruina que pudieran contemplar los siglos. Ella fue la que hubo de suplir al Imperio Romano con todas sus consecuencias. Ella, la que elevó la categoría del ser humano a su más alta dignidad. Ella, la que lo defiende contra todos los totalitarismos y esclavitudes. Ella, la que proclama la Verdad contra todo viento y tempestad. Ella, la que, a pesar de los fallos propios de sus representantes y apóstoles, orienta al mundo hacia la luz de la fraternidad, de la igualdad y de la libertad, y no esa pancarta histórica de la Revolución Francesa y de todas las demás revoluciones que han surgido del odio y para el odio entre los hombres.
Por eso ha venido el Papa Benedicto XVI y, por eso también, volverá en agosto de 2011, a ver si reacciona evangélicamente esta nuestra juventud, a la que la política quiere ganar con los ajos y cebollas de la más deprimente náusea.


Alfonso Gil González
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