Desde mi celda doméstica
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martes, 18 de agosto de 2015

FLORECILLAS ALFONSINAS (Capítulo Sexagesimoséptimo)


Capítulo LXVII


La llamada del terruño

1998 se abría con la bendición de san Francisco, tomada del libro de Los Números 6, 22-27: El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda un año de paz. Y así iba a ser.
El 4 de enero, domingo, vimos por televisión el mini concierto dado por Andrea Bocelli, ciego italiano, cuya voz de tenor está muy por encima de la mayoría de los cantantes de ópera.
El 18, mi padre dejó caer la idea de que podríamos vivir en Cehegín y adquirir allí una casa.
A fray Maximiliano Jaramillo, terciario capuchino y amigo de casa, le diagnostican cáncer de estómago. Papá le acompañará en las pruebas que debe hacerse antes de la operación y en el postoperatorio. Cada día, le visitaba en el Sanatorio Ruber, en la habitación 706, y le atendía y cuidaba como a un verdadero hermano. Ambos comulgaban juntos cuando los del Caldeiro le llevaban la Comunión.
Por esos días, la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba acaparaba las noticias de los medios de comunicación, y no sin motivo. Mi padre grabó en video la Misa que celebró, el 22, en Santa Clara, y la celebrada en Camagüey al día siguiente. Así como la celebrada, el 25, con asistencia de Fidel Castro.
En Sevilla, el 30, ETA vuelve a asesinar. Esta vez, a un matrimonio.
El 8 de febrero anota el padre Alfonso en su diario: “Hay gente que peca y no es mala, y hay gente que es mala aunque no peque.” Es una de esas frases paradójicas a las que nos tenía acostumbrados, con vistas a que pensáramos y maduráramos cada día.
El 13, papá fue a sellar al INEM como parado. A lo largo de su vida de casado experimentó las distintas vicisitudes de la vida humana. Ello le hacía un sacerdote capaz de entender mejor al ser humano: la pobreza, el trabajo, la enfermedad de los hijos, el paro, la búsqueda del sustento necesario, la entrega a los demás y, paradójicamente, el olvido de aquellos con quienes convivió tantos años. Todo en su vida le hacía un cura singular.
Al día siguiente, preparaba el equipaje para marchar definitivamente a su pueblo, hospedándose, de momento, en casa de su cuñado Pedro, mientras intentaba hallar un trabajo con su sobrino Manuel Angel. Nosotros quedaríamos en Madrid hasta final de curso. En Cehegín, papá pasaba el día entre Confecciones Publicitarias SL, echando una mano a su sobrino, y ayudando en las reuniones surgidas tras la Misión Popular a la que hice referencia. Comía y cenaba donde le invitaban sus hermanas o sus amigos. Y, de vez en cuando, regresaba a Madrid, a casa, dándonos la agradable sorpresa de volverlo a ver y poderle preguntar sobre los preparativos para que todos marcháramos definitivamente al pueblo. 
Y, sin embargo, el 25 de febrero, escribe en su diario: “Hoy no vi muy claro lo del trabajo, Señor. A la sombra de tus alas guárdame del mal.” Y es que, como suele decirse, no todo el monte es orégano. El padre Alfonso se iría percatando, poco a poco, de que tampoco sería posible en su pueblo la tranquilidad laboral. No obstante, Dios le manifestaría su voluntad de permanecer en él y buscar el nido donde cobijarnos a todos nosotros.
Con motivo de cumpleaños, 55, papá escribe: “Demasiado tiempo para haber madurado tan poco. Sigo en tus manos, Señor.” Estaba en Madrid, era domingo el 1 de marzo, y ayudó a dar la Comunión. 
El 3, ya en Cehegín, acude a casa de su prima Juana, acabada de fallecer, y colabora en un programa de radio, que su amigo Motolite hace sobre música clásica. 
Cada día, estando en Cehegín, visitaba a su madre, y cada semana, estando en Madrid, la llamaba por teléfono. Mientras estuvo en Cehegín él solo, nos llamaba todos los días. “¡Qué hermoso es estar con la familia propia!”, escribía en su diario del 7 de marzo.
El presidente de la Cofradía de san Juan le había invitado para la función religiosa que iban a hacer. Le sorprendió buscando en Caravaca un posible trabajo, por si fallaba el de su sobrino. No asistiría a ese acto cofradiero del día 22, porque le pillaría en Madrid. Pero, de vuelta a Cehegín, el 23, iniciaría una serie de entrevistas televisadas a los distintos presidentes de las cofradías de Semana Santa. Y se apunta a dar un cursillo prematrimonial en la Parroquia de Santa María Magdalena.
El 28, después de cuarenta y cuatro años, se volvía a reencontrar con su amigo de la infancia, Francisco Ciudad de Maya, entonces presidente fundador de la Cofradía de la Pasión de Cristo.




Gestión inmobiliaria

El 1 de abril de 1998, en la visita diaria que el padre Alfonso hacía a su madre, ésta le pidió confesar, comulgar y recibir la Unción de Enfermos. Él llamó al padre guardián del convento franciscano, que la atendió espiritualmente.
El 4, asistía al acto del Pregón de Semana Santa, que se daba en la iglesia de La Soledad. Esta Semana Santa seguiría comentando las Procesiones por Televisión Cehegín. El Domingo de Ramos, además, acudía a escuchar el tradicional Concierto que daba Banda de Música en el templo de Santa María Magdalena. 
Pasado este santo tiempo, siguió buscando casa para comprarla. También aprovechó para acercarse al Instituo Vega del Argos para hacer la preinscripción de dos de sus hijos. Yo le llamo a Cehegín para comunicarle que tengo escoliosis y que, posiblemente, tengan que operarme. Él me contestó: “Estás en sus manos. El Señor es tu médico.” Y es que tenía yo unas terribles molestias en la espalda que me subían hasta el cuello.
El 20 de abril, inició en la Parroquia de San Antonio de Padua de Cehegín un cursillo prematrimonial para unas quince parejas.
En mayo, está de nuevo en Madrid, aunque por pocos días. Aprovecha para atender el correo atrasado y visitar a su amigo fray Maximiliano, que fallecería en Caldeiro el 18 de junio, amortajándolo mi madre y su amiga Cesi. El entierro fue en el cementerio de Carabanchel. 
Pero mi padre sigue sin ver clara la solución a la situación laboral, que facilite el llevarnos a todos a Cehegín. De modo que, como se dice vulgarmente, se echará la manta al hombro, y dará el paso decisivo: dejaría de trabajar allí. Buscaría trabajo en Caravaca.
No sé por qué, escribe, el 8 de mayo, que “a veces, el comportamiento de los hijos nos desconcierta, pero hemos de asumir cada día la hermosa tarea de educar.” Por nosotros no creo que lo dijera -¡tan buenecitos como éramos!-. Y por mí, menos, que me iba esos día de viaje de fin de curso a tierras catalanas.
Su hermana Paquita ayudaba a mi padre a buscar casa por Cehegín. Así, un día y otro, hasta que, por fin, el 27 de mayo, encontrara el dúplex de la calle Lope de Vega 17. Se estaba construyendo. Su compra sería posible con la venta del piso de la calle Colomer 5 de Madrid. Mi abuela Flora facilitó las cosas con la posibilidad de vender, también, la parcela que su difunto esposo se había comprado en Santa María de la Alameda, cerca de El Escorial. Y se iniciaron los pasos para ambas gestiones.
Junio del 98 se dedicó a esa tarea de compraventa inmobiliaria. Cada viaje semanal al pueblo era para ir llevando cajas con enseres de la casa madrileña. Se desmanteló la librería de su despacho. Se movilizó a vecinos y amigos que pudieran estar interesados en la compra del piso madrileño.
Con Eduardo Malvido, el 24 de junio, revisa el libro que sobre el credo de un catequista está preparando este Hermano de La Salle y amigo suyo.
El 3 de julio vendría el camión de Muebles López, de Cehegín, para llevarse el centenar de cajas preparadas, con muebles y libros. Al día siguiente, embalaba las últimas cajas, se despedían mis padres de los vecinos y marchaban a Cehegín definitivamente.
El 6 de julio, se empezó a ver los nuevos muebles para complementar lo que faltaba en la nueva casa. Se compró la cocina y material de limpieza.
El 12, domingo, a la sombra del almez o aratonero, comentamos con el padre Alfonso el pasaje del Evagelio de ese día: el buen samaritano.
No acostumbrado a una casa con escaleras internas, mi padre se cayó por ellas, sin mayores consecuencias. Empezó a dar clases particulares de latín. Familiares y amigos y vecinos se acercaban a ver la casa. Pero su madre Maravillas no llegó a verla, pues, sufriendo en cama una enfermedad que se le hizo larga, ya no se levantaría de la misma. Sin embargo, decía que sabía cómo era nuestro nuevo hogar. Y se alegraba. Sillas y lámparas que quedaron en el piso de Madrid, las trajo papá el último día de este mes de julio del 98.

Para alabanza de Cristo. Amén.

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