Desde mi celda doméstica
Buscando...
jueves, 6 de agosto de 2015

FLORECILLAS ALFONSINAS (Capítulo Sexagésimo)


Capítulo LX


Desandando caminos

En julio de 1995, mi hermano Juan Pepe tenía abierto en Cehegín un Centro Cristiano Evangélico. Y se dedicaba a enviar mensajes a mucha gente del pueblo.
El 13, escribía el padre Alfonso: “He de darte gracias, Señor, por lo que bien sabes, y debo pedirte por tanto dolor físico y moral.”
El 15, hace una oración especial a favor de mamá, pues “sufre, Señor, mucho por cualquier cosa. Debe sentirse mal. ¡Ayúdale, Señor!”
El 21, bajando de Madrid a Cehegín, pues nosotros ya estábamos de vacaciones, pasa por Albacete, Peñas de San Pedro y Hellín. Se va a encontrar con personas que hacía muchos años había dejado de ver y oír, y de ayudarles.
En esos días, sufrió de dolor intenso en una pierna y le sobrevino un derrame en el ojo. Razón por la cual su suegra iba a casa a hacerle la comida y a quedarse a dormir, por si precisaba de su ayuda.
En agosto del 95, como remate de las jornadas vacacionales, cada noche nos proyectaba diapositivas, en la placeta del molino de la huerta, que él había ido haciendo en años anteriores, y que eran un auténtico testimonio gráfico de sus andanzas apostólicas y de nuestros primeros pasos en la vida.
El 7 de agosto, hicimos con él un pequeño viaje por Murcia y Jumilla. Aquí estuvimos en el monasterio de Santa Ana, donde él hizo el noviciado. El padre Jerónimo García nos enseñó todo el convento con su interesantísimo museo.
Ese día había salido el río Argos, a causa de la lluvia de la tarde. La altura del agua era tal, que hubo de dejar el coche en el chalet de un amigo vecino. Al día siguiente ya era transitable. Al subir al pueblo, tuvo una conversación con su madre, Maravillas. Anota en su diario: “¡Qué clarividencia, Señor, sobre lo que tanto nos atañe a Ti y a mí!”
El 11, con motivo de Santa Clara, nos acercamos a visitar a las Clarisas de Hellin, donde comimos, y cantamos en la capilla.
Escribe por la noche: “He terminado de leer el libro biográfico sobre Fray Cándido, el más santo franciscano español de este siglo XX.” Ya hablé de él en otro momento. Y mi padre añade en el diario: “Sí, creo que la mayor desgracia del ser humano es no vivir exclusivamente para la gloria de Dios. Yo participo de esa desgracia de la que Tú solo puedes sacarme, Señor. Ayúdame a desandar el camino extraviado. ¡Conózcate a Ti y conózcame a mí! Y cantaré el Magnificat.”
Dice mi padre que, todas las tardes, bajo el aratonero, el Señor sellaba su amor con el beso de su brisa. ¿Quién podrá penetrar en esos diálogos amorosos que con Él mantenía? Y, sin embargo, el día 22 de agosto, escribe: “Tengo sobradas pruebas de mi debilidad y de tu poder, Señor. Confío en que tu fuerza robustezca mi vida.”
Ese mes, ayudaríamos en las tareas de remodelación de la casa del molino: el descombro, el llevar carretillas de tierra…
El 25, como cada año, Eucaristía en la Ermita de San Ginés. Posteriormente, merienda con el grupo de jóvenes cantores, bajo el árbol antes mencionado. A su sombra, había conversaciones, audición de música, degustación de helados…
Septiembre, ya en Madrid, iba a ser testigo de su enraizamiento espiritual: “Que mi vida sea sagrada para Ti, Señor. Aunque en poca cosa, que yo te sea fiel, Señor. Señor, Tú sabes lo que es mejor. Haz lo que más te agrade. Señor, que te busquemos de todo corazón. Tú sabes, Padre, muy bien cómo llevarnos al reino de tu querido Hijo. Señor, enséñame a morir contigo para contigo resucitar.” Así, un día y otro, como si en cada jornada necesitara tomarse una dosis divina. 
Pero, el 14, no sé por qué, aunque algún lector o lectora puede que sí lo sepa, escribe: “Hay temas en los que es muy difícil expresarse con claridad, con discernimiento. Los sentimientos, por ejemplo.”
Y es a partir de esa fecha cuando empieza a anotar maravillosos textos. Por ejemplo, el 15: “Dice el salmo 68: Que por mi causa no queden defraudados los que esperan en Ti, Señor… Que por mi causa no se avergüencen los que Te buscan… Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón…”
Apunta en el día 17:
“Dice el salmo 72: ¿No te tengo a Ti en el cielo? Y contigo, ¿qué me importa la tierra? Para mí lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor mi refugio.”
Y, por las noches, empezó a leernos el libro de Teresa de Calcuta, La alegría de darse a los demás. 
El 21 de septiembre, apunta:
“Cuando se es joven, no se puede uno percatar de la velocidad del tiempo. Bueno, es un decir. Nosotros somos quienes corremos vertiginosamente hacia la vejez. La muerte siempre es un imprevisto.” Y es que empezaba el Otoño. El poeta místico que lleva dentro le hace coger a San Agustín, y añade: “Muéstrate ante todos como ejemplo de buenas obras. Trata de ser modelo para todos.” Y lo concreta con un texto breve de Efesios 4: “Anda según la vocación a que has sido llamado. Realizando la verdad en el amor, haz crecer todas las cosas hacia Cristo.” Tarea ésta que le parece ardua, y añade, con el salmo 54: “Encomienda a Dios tus afanes, que Él te sustentará.”
El 23, tras escribir al director del Colegio nuestro, advirtiendo del peligro de la clase de religión, a causa de los desatinos de un profesor, toma de san Agustín estas palabras: “No se puede reclamar recompensa de quien es amado, a no ser que la recompensa sea el mismo ser amado.” Y apunta a continuación: “De todas las tentaciones te librará el Señor, si tu corazón no se aleja de Él”. Y lo remacha con el salmo 49: “Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.”.
El 27, se lamenta con estas palabras: “¡Con qué facilidad una sola palabra puede herir profundamente!”.  Alguien le diría algo, pero él, recurriendo al salmo 1, lee: Dichoso quien se goza en la ley del Señor y en ella medita día y noche. Y toma nuevamente a san Agustín, para en él beber esto: La buena salud de un cristiano le debe llevar no sólo a realizar el bien, sino también a soportar el mal. 
Y es que, por esos días, las noticias giraban sobre la captura y posterior asesinato de una joven, llamada Anabel Segura que, tras ser violada, fue asesinada. Mi padre gritaba en su diario: “¡Señor, haz tu justicia!”. El 28, cogieron a los secuestradores, que habían cometido el horrendo crimen en un pueblo de Toledo.
Por otra parte, mi padre había contratado a un guitarrista, José Luis Guerra, para que, a partir de octubre, me diera clases de guitarra cada sábado.
El mes de septiembre lo cerraba en su diario con un texto de Filipenses 1: “El que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena, la lleve adelante hasta el día de Cristo Jesús. Que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores.”
Luego, copió un texto de san Policarpo: “Huid de las palabras vanas y de los errores del vulgo.”



La muerte de María

Octubre de 1995 lo abría el padre Alfonso con sendas citas de San Vicente de Paúl y de San Jerónimo. Del primero: “La caridad está sobre cualquier otra clase de reglas, y a ella debe ajustarse todo lo demás.” Del segundo: “Dios acostumbra a dar más de lo que se le pide… Al amigo se tarda en buscar, con dificultad se encuentra y rarísimamente se conserva. El amor no tiene precio: la amistad que se puede perder nunca fue verdadera.”
El 2, nos enteramos por mi tía Pilar que a la tía María le habían amputado la pierna enferma. Mi padre cogió el salmo 103, y leyó: “Cantaré el Señor mientras viva, tocaré para mi Dios mientras exista”. Y dejó esta cita de San Hilario en su diario: “Nos hallamos inundados por los dones del Espíritu Santo, y la corriente que rebosa del agua de Dios se derrama sobre nosotros desde aquella fuente de vida.”
Papá bajaría a Cehegín para ver a su hermana. En su diario dejó anotado un texto breve de la Carta a los Filipenses, cap. 1: “¿Qué importa? De una manera o de otra, con segundas intenciones o con sinceridad, se anuncia a Cristo, y yo me alegro… Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir.” Y añadía una frase de Santa Teresita de Liseux: “Aprecié y comprobé que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que el amor es todo, y que él mismo abarca todos los tiempos y lugares. En resumen, que el amor es eterno.”
El 7, tras ver a mi tía María, su hermano anotaba en el diario un versículo del salmo 90: “Dios ha dado órdenes a sus ángeles para que te guarden en tus caminos.” Y un párrafo de los escritos de san Policarpo: “La fe va seguida de la esperanza y precedida de la caridad…, pues quien tiene caridad se encuentra lejos de todo pecado. El principio de todos los males es el afán de poseer…Aprendamos a caminar en los preceptos del Señor.”
El 9, tras ir al oftalmólogo para que le hicieran un campo de ojos y le midieran la tensión ocular, apunta en el diario: “¡Cómo me gustaría llenar estas páginas de acciones para tu gloria, Señor!”
Al día siguiente, le comunicaba a su esposa que es más peligroso meterse en el Evangelio que hacerlo en política. Y añadía, como súplica: “Que yo sepa dar la respuesta que Tú pides a mi vida, Señor.”
De hecho, anota dos pasajes bíblicos: uno, tomado del salmo 36: “No te exasperes por los malvados. Confía en el Señor y haz el bien… Encomienda tu camino al Señor… Descansa en el Señor y espera en Él. Cohíbe la ira, reprime el coraje… Aguarda un momento: desapareció el malvado.”; y otro, de Filipenses: “Que vuestra vida como ciudadanos sea digna del evangelio de Cristo… Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús.”
En días sucesivos irá escribiendo más textos, tomados de las lecturas que le proporciona el rezo del Oficio Divino, es decir, del Breviario, donde se encuentra la oración oficial de la Iglesia que todo  sacerdote debe hacer. Son textos escogidos por el padre Alfonso para alimentar y fortalecer su espíritu. Si los copio aquí, también es para que puedan aprovecharte, caro(a) lector(a). Como éste, de san Francisco de Borja: “Bien sé que no son grandes, sino los que se conocen por pequeños; ni son ricos los que tienen, sino los que no desean tener; ni son honrados, sino los que trabajan para que Dios sea honrado y glorificado.”
El 12, añadía al diario estas palabras del salmo 38: “Señor, dame a conocer mi fin y cuál es la medida de mis años, para que comprenda lo caduco que soy… El hombre no dura más que un soplo, pasa como una sombra y atesora sin saber para quién.”
El 14, lee el siguiente escrito de san Policarpo: “Cuando podáis hacer una obra buena, no dilatéis su cumplimiento, porque la limosna libra de la muerte. Manteneos lejos de todo mal.” Y la razón la halla en, igualmente, en Filipenses 2: “Es Dios quie activa en vosotros el querer y la actividad para realizar su designio de amor… En medio de una gente torcida y depravada, brilláis como lumbreras del mundo, mostrando una razón para vivir.”
El 16, papá inauguraba las reuniones del nuevo curso catequético con los vecinos, que girarían sobre la vida interior. Y les leería un bello texto de san Francisco de Asís: “Los hombres pierden todas las cosas que dejan en este mundo, pero llevan consigo el precio de la caridad.” Porque, como leería luego en Filipenses 3: “Lo que para mí era ganancia, por Cristo lo he estimado como pérdida… y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en Él.”
El 17, sería san Ambrosio, el obispo de Milán que convirtió a san Agustín, quien le proporcionaría la lectura adecuada: “Las alegrías del mundo desembocan en la tristeza. El Señor está siempre cerca de cuantos le invocan con sinceridad, fe recta, esperanza firme y perfecta caridad.” Y esta otra magnífica lección de Teresa de Calcuta: “Que nadie jamás venga a ti sin que se vaya mejor y más feliz. Todo el mundo debería ver la bondad en tu rostro, en tus ojos, en tu sonrisa.”
Hay varios textos bíblicos que trascribe, el 19 de octubre, a su diario. Del profeta Joel 2: “Rasgad los corazones y no las vestiduras.” Del salmo 37: “Mis culpas sobrepasan mi cabeza… Señor mío, todas mis ansias están en tu presencia.” De Filipenses, cuya lectura la va haciendo sistemática cada día, apunta: “Hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo, sólo aspiran a cosas terrenas.”
Será el 22 cuando, tras visitar en el Hospital de la Princesa a un enfermo de su pueblo, se tropezará con este texto de san Gregorio de Nisa: “La renuncia a la propia alma consiste en no buscar nunca la propia voluntad, sino la de Dios, usando de ella como de una guía segura. Si recíprocamente os adelantáis a honraros los unos a los otros, llevaréis en la tierra una vida como la de los ángeles.”
El 23 de octubre empezó a asistir a clases de una soprano profesional para corregirse algunos defectos de su voz, que notaba cuando cantaba en las misas dominicales. 
El mes de octubre se cerraba con la invitación que había recibido para la entronización oficial del nuevo obispo anglicano en España, Carlos López Lozano.
Será el 2 de noviembre de 1995 cuando reciba la triste noticia del fallecimiento de su hermana mayor. Todos marchamos a Cehegín. La abuela Maravillas estaba desconsolada, y no cesaba de repetir: “¡Lástima de mi María, lástima de mi hija!” Rezamos. Al siguiente día, se celebró la misa “corpore insepulto”, en la iglesia del convento franciscano, y posterior entierro en el cementerio parroquial. Mi padre exclama en su diario: “Nos parece mentira, Señor, que ya nos haya dejado. Pero Tú sabes bien el día y la hora en que has de llamarnos a tu presencia. ¡Acoge a María en tus seno!”.

Para alabanza de Cristo. Amén.

Compartir en :
 
Back to top!