Desde mi celda doméstica
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lunes, 13 de junio de 2016

ESPIRITUALIDAD... 4

LO QUE DEBE APRENDERSE EN ÁGREDA

Varias veces cayó en mis manos la "Mística Ciudad de Dios" de Sor María de Jesús de Ágreda, una concepcionista franciscana de clausura, que jamás salió de su Monasterio en Ágreda, que destaca en la literatura española por sus profundos conocimientos de Teología Mística, amén de otros muchos saberes, y que estuvo dotada en vida de dones inexplicables para la ciencia, habiendo evangelizado tierras americanas sin haber salido jamás, como digo, de su monasterio de clausura. Hablar de ella sería muy prolijo y, para muchos increíble. Aquí me propongo, solamente, extractar su pensamiento en la citada y famosísima obra, ateniéndome por el momento a su Libro I.

Libro I

El reconocimiento de su poquedad frente a los maestros y doctores.
La insuficiencia de la naturaleza y de la gracia común y ordinaria para tratar ciertos altísimos temas.
El conocimiento y manejo de la Palabra de Dios.
La verdadera humildad que, aun reconociendo debilidad y falta de virtud, no impide la disponibilidad para hacer la voluntad de Dios.
No obstante, un cierto pavor e inseguridad, propios en los sabios-santos.
La continua oración de petición de ayuda, si Dios no retira la responsabilidad. 
Ver en María, la madre del Señor, una modelo y maestra orientadora en el diario vivir.
La obediencia en lo no pecable como garantía de un obrar seguro y recto. Respecto a la obediencia, dice que es virtud grande, “no sólo porque ella ofrece a Dios lo más noble de la criatura, que es la mente, dictamen y voluntad, en holocausto y sacrificio, pero también porque ninguna otra virtud asegura el acierto más que la obediencia, pues la criatura no obra por sí, sino como instrumento de quien la gobierna y manda.”
La docilidad a una sabia dirección espiritual.
Saber esperar, confiar y prepararse.
El reconocer y querer que escribe como discípula, no como maestra, sometiéndose a lo que su prelado y confesor indique.
Romper o quemar lo escrito, al comprobar que se deja llevar más de la atención de la material y orden, que de lo que el Altísimo escribe en su corazón y espíritu.
La precisión con que describe la verdadera influencia divina: Mudanza eficaz y abundante luz que lleva y compele al conocimiento del ser de Dios, llevándose toda la voluntad y, por otra parte, dolor vehementísimo de los pecados con firme propósito de enmienda.
La Mística Ciudad de Dios está dividida en tres partes y ocho libros. La primera habla de los 15 primeros años de la Virgen; la segunda, de toda la vida de Cristo; y la tercera de la vida de la Virgen sin la presencia de su Hijo.
Y datos muy curiosos en el último párrafo de la Introducción a esta magna obra. Por ejemplo: El Convento de Ägreda fue fundado por sus padres. Él, Francisco Coronel, se hizo franciscano, al igual que lo eran dos de sus hijos; y ella, Catalina de Arana, se hizo concepcionista junto con sus dos hijas. La fundación de dicho Monasterio fue el 13 de enero de 1619. A los 25 años de edad ya es prelada. A los 35 años, escribe la primera Vida de la Virgen, escrito que quemó. Y la segunda Vida la escribe con 53 años.
Es maravillosa la descripción del arrebato místico: “sentir una virtud de lo alto, suave, fuerte, eficaz y dulce; una luz que alumbra al entendimiento, reduce la voluntad rebelde, quietando, enderezando, gobernando y llamando a la república de los sentidos interiores y exteriores y rindiendo a toda la criatura para el agrado y voluntad del Altísimo y buscar en todo sola su gloria y honra.” Y más tarde, remacha: “Porque es menester, alma, que vengas descalza y desnuda de todos los apetitos y pasiones, para conocer estos misterios altos que no se compadecen ni acomodan con inclinaciones siniestras.”
El que todas las virtudes se adquieren sobre el fundamento de la humildad.
La lección primera de la Virgen: “Yo seré tu maestra, pero advierte que me has de obedecer con fortaleza y desde este día no se ha de reconocer en ti resabio de hija de Eva.”
Escribe con tres objetivos: Que se conozca más lo que a Dios se debe; que el linaje humano advierta y conozca a su Reina y Madre; y “que todos conozcan mi poquedad y vileza y el mal retorno que doy de lo que recibo”.
En el capítulo 1º dice que escribe para que sepan cuánto vale la que dio en sus entrañas vida mortal al Inmortal, y la tengan por espejo donde el mundo vea sus ingratitudes.
Dice que el mayor beneficio que ha recibido del Señor es haberle dado un temor íntimo y grande de perderle, lo que le ha llevado a solicitar la intercesión de la Virgen pura.
Hablando del conocimiento de Dios, en el capítulo 2º, dice que se muestra según la disposición del alma: “porque si no está con toda quietud y paz, o ha cometido alguna culpa o imperfección, por pequeña que sea, no se alcanza a ver esta luz del conocimiento del Señor”. Y todo el resto del capítulo habla de los efectos de ese conocimiento.
La maravillosa descripción trinitaria del capítulo 3º.
El motivo de la creación es admirable: “Determinó Dios criar lugar y puesto donde habitasen y fuesen conversables el Verbo humanado y su Madre; y en primer lugar, para ellos y por ellos solos crió el cielo y tierra con sus astros y elementos y lo que en ellos se contiene; y el segundo intento y decreto fue para los miembros de que fuese cabeza y vasallos de quien fuese rey; que con providencia real se dispuso y previno de antemano todo lo necesario y conveniente.”
Que el desordenado amor propio es quien levanta a las criaturas contra su Majestad en soberbia e inobediencia.
Si Dios escribió su ley en todos los corazones humanos, ninguno tiene disculpa en no le reconocer y amar como a sumo bien y autor de todo lo criado.
Extraordinario comentario al capítulo 8º de los Proverbios, en el 5º de esta obra de la “Mística Ciudad de Dios”.
La doctrina sobre la encarnación del Verbo, aunque el hombre no hubiera pecado, para que “los mortales reconozcan al Verbo humanado por su cabeza y causa final de la creación de todo lo restante de la humana naturaleza, porque él fue, después de mi propia benignidad, el principal motivo que tuve  para dar ser a las criaturas; y así, debe ser reverenciado, no sólo porque redimió al linaje humano, pero también porque dio motivo para su creación.”
¡Con qué ingeniosa manera empalma el inicio de la Biblia con el final, concretamente, el capítulo 1º del Génesis con el 12 del Apocalipsis! Eso lo tenemos en los capítulos 7 al 10 de “La Mística Ciudad de Dios”.
La hermosa reflexión sobre Adán y Eva y su descendencia, y el preciso resumen que hace de los libros del Antiguo Testamento, muestra la capacidad de síntesis y de entendimiento global que los libros sagrados deben acarrearnos, según hace en el capítulo 11 de la obra que nos ocupa.
Hablando de Santa Ana, madre de la Virgen, es curioso que vuelva a resaltar que la plenitud de la perfección radica en la conjunción de la vida activa y de la contemplativa, la escucha interior y el trabajo diario. Y cómo la oración común de ella y de su esposo Joaquín adelantó la venida de la que sería Madre del Verbo Eterno. Los consejos del arcángel a cada uno de los esposos son un buen resumen de lo que todo matrimonio cristiano debiera hacer. Y es curioso que diga que estuvieron sin hijos 20 años, hasta que nació María.
Las oraciones que construye y pone en boca de Joaquín y Ana, y los mensajes del arcángel, están imbuidos de enseñanza bíblico-profética. ¡Qué facilidad!
Pone en boca de la Trinidad, hablando de la que iba a ser Madre del Verbo: “En ella depositaremos todas las prerrogativas y gracias que en nuestra primer y condicional voluntad destinamos para los ángeles y hombres, si en el primer estado se conservaran”.
Al dato que ya nos da arriba sobre el tiempo infecundo de los padres de la Virgen, ahora añade que, cuando se casaron, Ana tenía 24 años y Joaquín 46.  De manera que, cuando nació la Virgen, Ana tenía 44 años y Joaquín 66. ¿Solución? Pues que, aunque “la potencia y la materia eran naturales; pero el modo de moverse fue por milagroso concurso de la virtud divina”. Más abajo añade – en el capítulo 15: “En esta formación del cuerpo purísimo de María anduvo tan vigilante la sabiduría y poder del Altísimo, que le compuso con gran peso y medida en la cantidad y calidades de los cuatro humores naturales, sanguíneo, melancólico, flemático y colérico”. ¡Qué cultura la de esta mujer!
“El día en que sucedió la primera concepción del cuerpo de María santísima fue domingo, correspondiente al de la creación de los ángeles, cuya Reina había de ser y señora superior a todos.” Y ahora viene un dato de pura ciencia humana: “Y aunque para la formación y aumento de los demás cuerpos son necesarios, por orden natural y común, dicen que para los varones se requieren 40 días y para las mujeres 80, conforme al calor natural y disposición de las madres; pero en la formación corporal de María santísima se hizo más perfectamente en 7”.
“Y el sábado siguiente y próximo a esta primera concepción se hizo la segunda, criando el Altísimo el alma de su madre e infundiéndola en su cuerpo.” Y añade: “Por este misterio de la concepción de María santísima ha ordenado el Espíritu Santo que el día del sábado fuese consagrado a la Virgen en la santa Iglesia.”...”y se destinan mil ángeles para hacer custodia del tesoro de un cuerpecito animado de la cantidad de una abejita”.
Y leemos en el capítulo 16: “Siendo aquel cuerpecito tan pequeño, ordenó su poder y diestra divina que con el conocimiento y dolor de la caída del hombre llorase y derramase lágrimas en el vientre de su madre, conociendo la gravedad del pecado contra el sumo bien.”
Admirable lección, la reflejada en el n. 240, sobre el inicio de la educación de los hijos.
Hermosa oración filial, en el n. 243: “Miradme, pues, Señora mía, como a hija, enseñadme como a discípula, corregidme como a sierva y compeledme como a esclava, cuando yo tardare o resistiere; que no deseo hacerlo de voluntad, pero reincidiré de flaqueza”.
Prodigioso el comentario del capítulo 21 del Apocalipsis, aplicándolo a la Reina del Cielo, María santísima, y aplica el famoso argumento franciscano: “Dios la dio todo lo que quiso darla y quiso darla todo lo que pudo y pudo darla todo lo que no era ser Dios”. Hay que leer despacio los números 244 al 311 de la “Mística Ciudad de Dios”.
“Los ángeles santos reciben los  nombres del ministerio y oficio para que son enviados al mundo.”
¡Qué conocimiento de la naturaleza en la explicación de las piedras preciosas! ¡Qué fuerza en la exhortación a la devoción a la Virgen!
Curiosidades del capítulo 20: “María mientras estuvo en el vientre de santa Ana donde sucedió que teniendo uso perfectísimo de razón...”
           Los ataques del demonio a santa Ana: “habiendo procurado primero 
     derribar la casa de san Joaquín y santa Ana, para que con el susto se   
     alterase y moviese...” “irritó a unas mujercillas flacas para que riñesen  
     con ella... injuriándola...hicieron gran mofa de su preñado...” “luego se    
     valió de una criada que servía a los santos casados y la irritó contra  
     santa Ana...”
Las preguntas teológicas hechas a la Virgen y las respuestas de ésta. “Una pequeña falta dispone para otra mayor y la segunda es castigo de la primera”. De la confianza y humildad resultan dos efectos necesarios en la vida cristiana: “el uno tener quietud en el alma y temor de perder el tesoro”. “Esta condición tienen los beneficios que descienden del Padre de las lumbres, que aseguran humillando y humillan sin desconfianza, y dan confianza con solicitud y desvelo y solicitud con sosiego y paz”.
Sucedió el nacimiento de la Virgen “a los ocho días de septiembre, cumplidos nueve meses enteros después de la concepción del alma”. “Nació pura, limpia, hermosa y llena toda de gracias... a las doce horas de la noche... Envolviéronla en paños y fue puesta y aliñada como los demás niños la que tenía su mente en la divinidad, y tratada como párvula la que en sabiduría excedía a los mortales y a los mismos ángeles. No consintió su madre que por otras manos fuese tratada entonces, antes ella por las suyas la envolvió en las mantillas, sin embarazarle el sobreparto.” “Respondió el Señor a la santa matrona en su interior, que tratase a la divina niña como madre a su hija en lo exterior, sin mostrarle reverencia, pero que se la tuviese en lo interior”. “los ángeles de guarda de la dulce niña con otra gran multitud la adoraron... y la hicieron música celestial... y la niña les pidió que alabasen al Altísimo con ella y en su nombre”.
“Al punto que nació nuestra Princesa María, envió el Altísimo al santo arcángel Gabriel para que evangelizase a los santos padres del limbo esta nueva tan alegre para ellos”. Los ángeles la cogieron de los brazos de su madre y, en procesión, la llevaron en alma y cuerpo al empíreo cielo, con cánticos de incomparable júbilo, donde después había de ser colocada eternamente. Allí, la santísima Trinidad le puso el nombre de María... “y mandó el Señor a los espíritus angélicos que evangelizasen este dichoso nombre a santa Ana, para que en la tierra se obrase lo que se había confirmado en el cielo”.
A los ocho días del nacimiento de la gran Reina... sus padres “determinaron convocar a los parientes y a un sacerdote, y con mucha solemnidad y convite suntuoso pusieron María a la recién nacida.” 
A una nueva pregunta teológica sigue la respuesta y doctrina de la Reina del Cielo, en los números 339 al 344.
“Precepto era de la ley en el capítulo 12 del Levítico que... pasados los sesenta días de la purificación, salió santa Ana al templo, llevando en sus brazos a su hija... y se fue a la puerta del tabernáculo y habló con el sumo sacerdote, que era el santo Simeón... Ofrecióle santa Ana el cordero y tórtola con lo demás que llevaba... y la ofreció al Señor con devotísimas y tiernas lágrimas... y sintió en su corazón una voz que le decía la llevase y ofreciese en el templo a su hija niña dentro de tres años.”
“La niña soberana era tratada como los demás niños de su edad. Era su comida la común, aunque la cantidad muy poca, y lo mismo era del sueño, aunque la aplicaban para que durmiese; pero no era molesta, ni jamás lloró con el enojo de otros niños, mas era en extremo agradable y apacible.” “Su prudente madre Ana trataba a la niña con incomparable cuidado, regalo y caricia; y también su padre Joaquín... y la niña se mostraba con su padre más amorosa, como quien le conocía por padre y tan amado de Dios.” “En todo era la niña Reina agraciada, perfectísima y admirable.”
La madre Ágreda hace una pueril pregunta a la Virgen sobre cómo pedía el alimento. La Virgen le contesta que sintió hambre, sed, sueño y penalidades en su cuerpo como hija de Adán. “Usaba de la comida y sueño en peso y medida... porque el desorden en estas cosas es contra la misma naturaleza... Por mi temperamento y medida sentía más el hambre y sed que otros niños y era más peligrosa en mí esta falta de alimento; pero tenía paciencia hasta que con alguna decente demostración lo pedía...Luego que nací al mundo y vi la luz que me alumbraba, sentí los efectos de los elementos, los influjos de los planetas y astros, la tierra que me recibía, el alimento que me sustentaba y todas las  otras causas de la vida...” Y esta frase lapidaria: “Y nadie piense que basta cumplir con el Señor, si se queda en pie la deuda con los prójimos”.
Curiosa descripción de los ángeles en los números 363 y siguientes. Y más interesante la doctrina sobre los mismos, que viene a resumirse así: -Tenemos ángeles que nos asisten, enseñan y encaminan en las tribulaciones y trabajos. –Ellos nos ven aun cuando nosotros no los veamos, por tanto, “no te atrevas a hacer en presencia suya lo que en público no hicieras, ni dejes de obrar en el servicio del Señor lo que ellos hacen y de ti quieren. –Por último, frecuentar su trato y estar atentos a sus llamamientos, avisos e inspiraciones.
Dice que la Virgen no habló hasta el año y medio de nacer, cosa admirable puesto “que pudo hablar en naciendo”. “Orden fue del Altísimo que nuestra niña y Señora guardase este silencio por el tiempo que ordinariamente los otros niños no pueden hablar”. Pero, respecto a sus padres, “tanta fue la reverencia en que los tenía, que jamás faltó un punto en ella, ni en obedecerlos; ni les dio molestia ni pena alguna, porque conocía sus pensamientos y prevenía la obediencia”.
“Es la pena del amor tan dulce y apetecible, que cuanto mayor causa tiene tanto más desea, quien la padece, que le hablen de quien ama, pretendiendo curar la herida con renovarla. Y este suavísimo engaño entretiene al alma entre una penosa vida y una dulce muerte.” “Esto le sucedía a la niña María con sus ángeles, que ella les hablaba de su amado y ellos le respondían.”
“El que recibe más, se debe reputar por el más pobre, porque su deuda es mayor”.
          “El hablar sin medida y peso es un cuchillo de dos filos que hiere al 
     que habla y juntamente al que oye, y entrambos destruyen la caridad, o 
      la impiden con todas las virtudes”. “El medio prudente de hablar lo 
      necesario se halla más cerca de callar mucho que de hablar demasiado.” 
A los 18 meses empieza a hablar, tras un encendido coloquio con el Señor. “Y la declaró que ya era tiempo de ejercitar todos los sentidos, y que convenía que hablase con las criaturas humanas.” ¡Cómo ilustra, en el n. 395, la importancia de decir “fiat mihi”(Lc. 1,38)!  
“La primera palabra habló con sus padres san Joaquín y santa Ana, pidiéndoles la bendijesen... Oyéronla los dos santos dichosos, y juntamente vieron que comenzaba a andar por sí sola.” “y en el año y medio siguiente hasta cumplir los tres, en que fue al templo, fueron muy pocas palabras las que habló” salvo cuando su madre se ponía a coloquiar con ella sobre Dios y sus misterios.
En esos 18 meses hasta los tres años, se ejercitó en las tareas más humildes de la casa. “No era muy rica la casa de Joaquín, pero tampoco era pobre; y conforme al honrado porte de su familia, deseaba santa Ana aliñar a su hija santísima con el vestido mejor que pudiese... pidió con humildad a su madre no le pusiese vestido costoso ni de alguna gala... y que fuera de color pardo ceniza, cual es el que hoy usan las religiosas de santa Clara... semejante a los hábitos de devoción que visten a los niños”.
“En llegando a los dos años, comenzó a señalarse mucho en el afecto y caridad con los pobres.” “Daba al pobre limosna, no como quien hacía en beneficio de gracia, sino como quien pagaba de justicia la deuda.”
“No fue menos admirable la humildad y obediencia de la santísima niña en dejarse enseñar a leer y otras cosas, como es natural en aquella tierna edad. Hiciéronlo así sus santos padres, enseñándola a leer y otras cosas.”
“La buena crianza y doctrina de la niñez hace mucho para después, y que la criatura se halle más libre y habituada a la virtud, comenzando desde el puerto de la razón a seguir este norte verdadero y seguro.” 


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Alfonso Gil González
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