Desde mi celda doméstica
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lunes, 26 de diciembre de 2016

ESPIRITUALIDAD... 28

El domingo, sacramento de la resurrección

por Ives Congar

El domingo o día del Señor es una creación de la Iglesia cristiana. No es, como a veces se piensa, el sábado judío sencillamente cambiado de día, en honor, si se quiere, de la resurrección... Sacramento de la resurrección, como dice san Agustín, el domingo es la memoria y la presencia activa de la resurrección del Señor. Es la comunión con el Señor resucitado.
Es, pues, la participación en el nuevo orden de cosas de que es principio la resurrección. El sábado era el día de la creación terminada, y por eso era el séptimo y último día; era la fiesta y el descanso del hombre creado a imagen de Dios y constituido así su colaborador por medio de sus obras; hacía referencia a los días laborables que él terminaba con el descanso, la alabanza y la acción de gracias. El domingo es la celebración, la aplicación o la participación en la nueva creación, la de los hijos y no la de los siervos, que inaugura la resurrección de Cristo. Por eso el domingo no es como el sábado, totalmente relacionado con los otros días de la semana, por eso el cese del trabajo es en él un elemento relativamente secundario: no es una fiesta de esta creación, pertenece a la nueva creación, la del Hijo, cuyo principio es este Espíritu vivificador que es la realidad propia de los últimos tiempos y del que se dijo que realmente no se daba hasta que Jesús no fuese glorificado.
Tampoco el domingo es el séptimo día, el día de descanso del trabajo de este mundo, sino el primero, o incluso el octavo, habiendo recibido estos nombres sensiblemente equivalentes para marcar que era el principio de una nueva semana, de un nuevo mundo y, más allá de la consumación cósmica, el principio de la vida eterna, que es la de los hijos de Dios, de los que viven la vida eterna en aquel que, resucitado de los muertos, vive en adelante para Dios.
Por eso el domingo tiene un aspecto de conmemoración y un aspecto de espera. Como todo lo que se hace en la Iglesia, que existe esencialmente en el espacio que separa la ascensión y la vuelta de Cristo. En su domingo como en todas las cosas, la Iglesia está orientada hacia el hecho único de la muerte y de la resurrección de Cristo, que es el germen de su vida, y hacia la consumación de esta vida en los nuevos cielos y en la nueva tierra, en el reino prometido. La obra de la Iglesia es hacer pasar a los hombres a la sustancia celeste del cuerpo glorioso de Cristo, haciéndoles participar e el misterio de su muerte y de su resurrección. En cuanto los fieles participan de este misterio, tienen ya en sí la vida, la vida eterna, la vida filial y bienaventurada; pero esta vida está oculta con Cristo en Dios y espera la manifestación de los hijos de Dios.
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