Desde mi celda doméstica
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miércoles, 28 de febrero de 2018

APUNTES TEOLÓGICOS... 1

Venir a la existencia

Remedando a san Policarpo, puedo decir que hace setenta y cinco años que sirvo a Jesucristo, y de Él sólo recibo bienes.
Efectivamente, venir al mundo fue una sorprendente situación. Antes, ¿qué era yo? En realidad, ¿hubo para mí un antes de venir al mundo? Soy, porque estoy. Pero estoy sin haberlo sido antes.
Venir al mundo, como digo, es una sorprendente situación. De golpe, me vi rodeado de la Naturaleza. Ya estaban los montes y valles, los árboles y las flores. Pero, además, ya había gente como yo: unos, bastante mayores a mí; otros, algo más mayores que yo; otros, unos niños; y otros más o menos como yo.
Poco a poco, me fui percatando de que mi existencia era posible porque tenía una familia: padres, hermanos, abuelos... Me trataban como algo suyo, y como algo mío debía referirme a ellos. 
No entendía el presente, lo presente, pero menos aún entendía que ya estuviera ese presente antes que yo mismo, y que todo se actualizaba con mi venida al mundo.
Esta experiencia fontal, supongo, la tenían todos mis paisanos: término éste -paisanos- al que pronto hube de acostumbrarme, pues el mundo al que vine no era sólo mi familia. Había gente por doquier. Bastaba con salir a la puerta de casa. Por tanto, tampoco era mi familia la única. Muchas otras familias participaban de la comunidad vecinal, y el conjunto de comunidades vecinales formaban el pueblo. Por cierto, y esto también es teología, un pueblo precioso.
En mi mente de niño fui asimilando que mi familia y mi pueblo tenían unas creencias y unas costumbres: lo religioso y lo social se entremezclaban casi indisolublemente. Si el trabajo era sagrado, pues nos daba el sustento diario, el descanso también era sagrado, pues alimentaba ese otro aspecto de la existencia, cual es la fe, la convivencia, la solidaridad, la fraternidad... Y todo se hacía imprescindible y vitalista: los pies en el suelo y la cabeza en el cielo. Esa es la grandeza de la verticalidad humana y de su horizontalidad.
Me fui dando cuenta con el tiempo de que en la sociedad había como dos grandes poderes o, mejor, de que había como dos grandes sociedades: la civil y la eclesiástica, y que ambas se complementaban. Dada la doble situación humana cívico-religiosa, ambas sociedades no tienen más remedio que entenderse. Ello crea un ambiente de paz y bienestar que sirve de soporte al desarrollo de los pueblos, de las familias y de los individuos. Y vi que ello era también teología.
(continuará)

Alfonso Gil González
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